Cuando uno se dispone a ir al cine y dejarse llevar por lo acontecido en pantalla, lo último que espera es que le tomen el pelo y, bajo un vulgar ejercicio de snobismo cinéfilo, pretendan vendernos un producto profundo, austero y sensible, cuando verdaderamente lo que ofrece son 109 minutos insustanciales, carentes de emoción y con altas dosis de ombliguismo (casi tanto como Von...
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